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sábado, 16 de abril de 2011

Ensayo para "La Hora del Diablo"

Tengo el lejano recuerdo de un corredor abierto al norte y unas puertas grises y descascaradas que daban a cuartos enormes, habitados por la penumbra. También me acuerdo del aroma acre de la cal en la pared, el reflejo del agua de lluvia, verdosa en el tanque, del olor sutil del asfalto al sol en enero. Me tiraba boca abajo en el suelo frío cuando me dolía la panza y trataba de buscarle forma a las pintitas de las baldosas mientras, desde dentro, me llegaba un tango con el sonido rasposo de una radio portátil. Mi abuela, siempre en la máquina de coser o en la batea. Mi tío Marcelo (que apenas me llevaba seis) acechando en el patio para hostigarme. Y mi otro tío, Carlos, que iba a la Escuela Industrial… pero casi nunca llegaba. Cuando daban las cuatro las tías viejas se sentaban en la cocina y preparaban el mate dulce. Siempre igual, siempre las mismas sillas en el mismo lugar, el mismo mate, el mismo repasador para ahuyentar las moscas, las mismas adorables y achacosas manos. “Tan, tan – ¿Quién es? – Perro, perro portugués – Por la otra puerta que aquí no es” (la imagen del perro golpeando la puerta me ha perseguido el resto de mi vida, sin saber porque la veo tan macabra) Tía Lita jugaba conmigo cuando yo volvía del jardín. Y luego la tarde se estiraba como un reino infinito de canteros poblados de seres imaginarios…