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viernes, 18 de marzo de 2011

Fregmento de " La Hora del Diablo"

El olor a la pinocha del ciprés y las flores secas, el tacto repulsivamente suave del mármol, el silencio acantonado en los resquicios del cemento.
En la tumba solo había una mísera flor de plástico que pendía indolente de su cabo de alambre y cabeceaba con el viento caliente del norte.
Se quedó allí mirando aquel remedo de ofrenda, atado tristemente a la baranda de metal que se había salido por uno de sus lados. La flor, a su vez, parecía mirarlo con su único ojo amarillento, dilatado.
Se quedó ahí pensando en la pobre imitación de mármol de la lápida, empotrada en la segunda fila de nichos junto a otras tantas tumbas, monótonas, con sus flores secas.
Se quedó palpando la pelusa de los bolsillos, las monedas de a peso, el pañuelo, la superficie lustrosa de una llave y su tintineo tenue… el leve susurro que el viento levantaba por todas partes, los pasos distantes de algún deudo en la gravilla.
De pronto quiso recordar algo, algo que le sacara de allí, que valiera la pena recordar. De pronto quiso irse a otra parte, ser otra persona, no ser nada…
No tener que estar allí pensando en todo eso, sintiendo las gotas de sudor corriendo por su espalda, bajo la camisa, viendo esa triste flor de plástico estropeado, apenas sostenida bajo el viento.
Entonces decidió que lo mejor sería volverse por donde vino. Pensó en que había dejado la casa abierta, que debía comprar algunos folios, …en que, de todos modos, valía más la pena estar en el asiento de un tren rumbo al norte, lejos de aquel campo de sepulturas aplastadas por el sol…
Decidió, al fin, hacerse a un lado de esa parte de su vida para siempre, arrancó con un piadoso movimiento la flor de plástico y se marchó sin mirar la tumba, ahora desnuda, sintiendo que eso era más sincero… menos hipócrita…