El aire se había muerto
en los caminos, en el polvo, en los almanaques de las fondas, en el silencio apilado sobre las tumbas.
Su cadáver transparente yacía tirado a lo largo de la tarde atravesado en el tiempo, llenando las puertas de angustia, abriendo bahías de escombros en las almas, desangrando la esperanza de los relojes.
Se había muerto en las esquinas y los muelles, en la mirada de los parroquianos, en el pecho de Dios, el aire se había muerto. Lo vimos derrumbarse como un árbol, arrastrando al caer la luz, las guirnaldas, la risa y los carnavales, la alegría, los septiembres, las promesas.
Lo vimos caer sobre las plazas como una mortaja, como un granizo...y no supimos qué hacer con toda esa muerte, todo ese dolor desparramado por los techos... no supimos dónde enterrarlo