Desde acá se ve cómo muere la calle en el arroyo y se convierte en árbol. En un par de horas ya no harán casi sombra las cosas y el sol de enero lo blanqueará todo y seguirá cuarteando las paredes.
Tirada ahí, aburrida de ser gris y chata, la calle Sarandi se ablanda con sus sesenta esquinas, con sus perros babeando amodorrados, con la despareja monotonía en sus veredas, menopáusica, hipocondríaca, llena de pozos y siestas.
Quisiera escribir esto como si fuera un valsesito con todo y alelíes... pero no me da el oído y lo escribo como sale. Porque tampoco me da el amor para amar tanto asfalto, ni me da la poesía para hacerle un soneto a cada esquina (aunque alguna de ellas, quizá, lo valga)
Quisiera ser capaz de cantarle una canción a esta calle, de tenerle compasión, de besarla con mis versos. De aprender alguna cosa que ella sepa y nunca dijo. De saber los rumbos llevados por tantos pies, tantas ruedas...